De la fama frívola de los actores ante el lamentable olvido de los filósofos



Lucio Anneo Séneca
(4 a.C.-65 d.C.)


Pasaje en el que Séneca se lamenta de que la fama perdurable de los actores (mímicos) se imponga en la sociedad, muy por encima del cuidado que se tiene de las escuelas de la filosofía, cuando aún hay tantos misterios en la naturaleza por investigar. Séneca fue un filósofo y autor de tragedias romano.

Cosa pequeña sería el mundo si no encerrase el gran misterio que todos deben investigar. Eleusis guarda secretos para los que vuelven a verla. Así también la naturaleza no se muestra completamente desde luego. Nos creernos iniciados, y estamos aún a las puertas del templo. No se muestran sus arcanos indistintamente y a todo mortal, sino que están recogidos y encerrados en el interior del santuario. Este siglo verá algunos, y otros se revelarán en la edad que nos reemplace. ¿Cuándo llegarán estas cosas a nuestro conocimiento? Los grandes descubrimientos no son rápidos, sobre todo cuando languidecen los esfuerzos. Una sola cosa hay a la que tendemos con toda la fuerza de nuestra alma y que no alcanzamos aún: a ser pésimos. Nuestros vicios pueden progresar más. El lujo puede enamorarse aún de nuevas locuras; el libertinaje inventa contra sí mismo nuevos ultrajes; la vida, muelle que debilita y consume, puede aumentar todavía sus dañosos refinamientos. Aún no hemos abandonado por completo toda virilidad. Lo que nos queda de buenas costumbres desaparece bajo la elegancia y brillantez de nuestros cuerpos. Hemos vencido a las mujeres en afeites; los colores de las meretrices, que nuestras matronas rechazaron, los hemos adoptado nosotros. Aféctanse actitudes afeminadas, paso inseguro y delicado: no andamos, nos deslizamos; nos adornamos los dedos con anillos, y en cada falange brilla una piedra preciosa. Diariamente imaginamos nuevos medios para degradar nuestro sexo o disfrazarlo, no pudiendo rechazarlo. Uno se amputa lo que lo hace hombre; el otro busca el asilo deshonrado del circo, se vende para morir y se arma para hacerse infame. Hasta el indigente mismo es libre para satisfacer su desenfreno.

¿Te admira que la sabiduría no haya completado todavía su obra? La inmoralidad no ha conseguido todo su desarrollo. Acaba de nacer, y sin embargo le consagramos nuestros cuidados, siendo ministros suyos nuestros ojos y nuestras manos. Pero ¿qué amigos tiene la sabiduría? ¿quién la cree digna de algo más que una mirada al pasar? Y a la filosofía y las artes liberales, ¿quién les concede otros momentos que el que dejan los intervalos de los juegos o un día lluvioso, es decir, el tiempo perdido? Por esta razón desaparecen con tantas familias de filósofos por falta de sucesores. Los Académicos, tanto antiguos como modernos, no han dejado pontífice. ¿Quién enseñará los preceptos pyrronianos? La impopular escuela pitagórica no tiene maestro. La de Sextio, que la renovaba con vigor romano, habiendo empezado con entusiasmo, está ya muerta. En cambio, ¡cuánto se trabaja para que no se olvide el nombre de cualquier mímico! En sus sucesores revive la noble raza de Pílades y Batilio; para estas artes hay sobrados discípulos y sobrados maestros. Cada casa es ruidoso teatro de bailes, en los que figuran los dos sexos. El esposo y la esposa se disputan recíprocamente la pareja. En seguida, cansada la frente con la máscara, se corre a los parajes de prostitución. De la filosofía no se cuida nadie. Así es que, lejos de descubrir lo que escapó a las investigaciones de nuestros padres, la mayor parte de lo que descubrieron desaparece en el olvido. Y sin embargo, aunque la dedicásemos todas nuestras facultades; aunque nuestra juventud morigerada la hiciese su único estudio, la enseñasen los padres, la aprendiesen los hijos, apenas llegaríamos, a fe mía, al fondo del abismo en que está colocada la verdad, que hoy nuestra indolente mano busca en la superficie de la tierra.


Séneca, Lucio Anneo. Libro VII, XXXI-XXXII, Cuestiones naturales. En Tratados filosóficos, traducción directa del latín por Francisco Navarro y Calvo, Madrid, Luis Navarro y Calvo, 1884. [Ilustración: “La muerte de Séneca”, grabado de Pierre Aveline el joven (1702-1760)].

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