Cómo hago yo mis dramas


José Echegaray
(1832-1916)


Escojo una pasión, tomo una idea,
un problema, un carácter... y lo infundo,
cual densa dinamita, en lo profundo
de un personaje que mi mente crea.

La trama al personaje le rodea
de unos cuantos muñecos que en el mundo
o se revuelcan en el cieno inmundo
o se calientan a la luz febea.

La mecha enciendo. El fuego se prepara,
el cartucho revienta sin remedio,
y el astro principal es quien lo paga.

Aunque a veces también en este asedio
que al arte pongo y que al instinto halaga,
¡me coge la explosión de medio a medio!


Echegaray, José. Citado en: Antón del Olmet L. y García Carraffa, A. Echegaray. Madrid, Mundo Latino, ¿1912?, p. 182.

[Imagen: Don José Echegaray por Joaquín Sorolla, 1910, Hispanic Society of America.]


Esta poética teatral de Echegaray fue reformulada en prosa por el investigador Gonzalo Sobejano en su ensayo “Echegaray, Galdós y el melodrama”, publicado en Anales galdosianos, Anejo, 1976:

«En los catorce versos del soneto que empieza “Escojo una pasión, tomo una idea” compendió Echegaray, no obstante el desperdicio de algunos ripios, su fórmula dramática. Traducida en prosa breve, he aquí la fórmula. Concibe el autor sus dramas partiendo de la pasión, idea, problema o carácter (éste, en abstracto). Procediendo así de lo genérico a lo particular, infunde el problema, a modo de carga de dinamita, en un personaje o personajes, los cuales se destacan entre las demás figuras o “muñecos”: muñecos porque se conducen de una manera colectiva, uniforme y mecánica. Esos muñecos suelen revolcarse en el cieno de la maledicencia, el mezquino interés, la hipocresía, el convencionalismo o la simple necedad. Encendida pronto la mecha, crece la complicación del nudo y su efecto sobre los espectadores. Y al reventar el cartucho, “sin remedio” porque el autor no quiere ponérselo, los protagonistas pagan con su razón, su felicidad o su vida. Tales tramas explosivas halagan el instinto: el instinto del rebaño, de ese público de moral ordinaria que asiste al drama para impresionarse. La explosión coge al autor a veces “de medio a medio”, y esto, que puede ser una excusa formal por haber reducido el arte a receta, tampoco parece que sea mero embuste: cuesta trabajo creer que un autor escriba más de cincuenta dramas deseando infundir al auditorio cierto “horror trágico” sin haberlo sentido él mismo siquiera alguna vez. Pero vengamos a la prueba de sus obras.

A diferencia del enfoque personal de tantos dramas de Galdós (Electra, Mariucha, etc.), los de Echegaray pocas veces anuncian en su título al personaje (Mariana sería la excepción más valiosa). Anuncian el problema, y ello mediante una dualidad asertoria (Dos fanatismos), disyuntiva (O locura o santidad), antitética (Vida alegre y muerte triste, La realidad y el delirio) o paradójica (Mancha que limpia, El loco dios). Una tercera parte de las obras dramáticas de Echegaray proclaman ya desde el título esa dualidad o duelo de fuerzas. Se diría que Echegaray arranca del problema, como Galdós del personaje.

Se parece en cambio, a Galdós, Echegaray en la tendencia a plantear el conflicto entre una persona y otra (u otras) más que en la conciencia de una sola. Galdós, con todo, había llegado al drama precisamente a partir de conflictos de conciencia que demandaban expresión monologal (Realidad y, después, El abuelo, Celia en los infiernos). Pendiente de lo que conviene proyectar hacia fuera, Echegaray prefiere la pugna entre dos voluntades o, más a menudo, entre una voluntad singular y un obstáculo colectivo.»

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