Juglar


Diego Clemencín
(1765-1834)

Juglar es palabra que viene de la latina jocularis y se aplicaba a las personas cuya profesión era divertir a los demás con sus dichos jocosos, como los bufones, o con sus habilidades, como los cantores y músicos. Los que lo hacían en público por dinero fueron declarados infames en la ley 4ª, título 6º de la Partida 7ª; pero no los que tanjiesen estrumentos o cantasen por solazar a si mismos, o por facer placer a sus amigos o dar alegria a los Reyes o a los otros señores. Había también, juglaresas, que la ley 3ª título 14 de la Partida 4ª declara personas viles.

Los Césares romanos tuvieron ya juglares o bufones: esto eran los copreas que tuvieron en su corte Tiberio y Calígula (1). En la de Carlomagno hubo cantores y músicos con nombre de juglares (2): los vio también en la corte de Tamerlán Rui González de Clavijo (3). En Castilla se daba el mismo nombre de juglares a los músicos de ambos sexos que intervenían en las ocasiones solemnes de regocijo, como en la boda de la Infanta Doña Urraca, hija del Emperador Don Alonso VII, con D. García Rey de Navarra, en que según la crónica del Emperador rodeaba el tálamo máxima turba histrionum et mulierum et puellarum, canentium in órganis et tibiis et citfiaris et psalteriis et omni genere musicorum: siendo de notar que en documento del mismo reinado y del año 1136, después de las suscripciones de varios señores, Pallea juglar confirmat (4). Verdad es que en otro anterior del año 1126 había firmado también entre los Condes y Obispos el Cocinero del Rei (5).

A principios del siglo siguiente, que fue el XIII, floreció nuestro poeta Gonzalo de Berceo, que al fin de la vida de Santo Domingo de Silos se califica a sí mismo de yoglar o cantor del Santo. Era entonces la época más floreciente de los trovadores o poetas provenzales, y éstos solían llevar en su compañía uno que cantase los versos que componían, al cual llamaban juglar, aunque el vulgo solía confundir bajo el nombre común de juglares al músico y al poeta. En el discurso del mismo siglo se escribió la crónica general de España, donde se cuenta que concurrieron juglares a las bodas de las hijas del Cid con los infantes de Carrión. También los hubo en la corte del Rey San Fernando, en la de su hijo D. Alonso el Sabio, y en la de su nieto D. Sancho el Bravo (6): pero según se deduce de los documentos, por juglares se entendían generalmente los cantores y músicos. En la Gran Conquista de Ultramar, libro escrito en el mismo reinado que la crónica general de España, se refiere que en los desposorios del Conde Eustaquio de Boloña con Ida, hija del caballero del Cisne y madre de Godofre de Bullon, después de la cena los juglares vinieron luego ahí cada uno con sus instrumentos, é otrosí los que sabían cantar… Y el día del bautizo de Godofre de Bullon, cuando oviéron cenado muí bién de gran vagar, veniéron los juglares é cantáron é tañiéron sus instrumentos que habia ahí muchos de muchas maneras. Y en el mismo sentido se explica el Poema de Alejandro hablando de juglares y juglaresas (7). Por un Concilio de Toledo del año 1324 se confirma que había también mujeres que ejercían este oficio, y que solían tener entrada en las casas de los prelados y de los grandes.

Ya por este tiempo y de él en adelante parece que la palabra juglar se fue fijando para significar los hombres de placer que con sus dichos agudos, con sus chocarrerías, y a veces con sus libertades, llanezas y aún petulancias, divertían a los Reyes y poderosos. Llamábanse juglares, truhanes, albardanes o bufones. A esta clase habían pertenecido al parecer García Yáñez, enano del Rey D. Sancho el Bravo, y Dominguillo, truhán del Rey D. Alonso VIII de Castilla, según indica la Palentina de Don Rodrigo Sánchez de Arévalo. El Arcipreste de Hita Juan Ruiz, describiendo la corte del León, introdujo al burro queriendo hacer el oficio de juglar y a la zorra haciendo el de juglara (8). Pajaran fue un truhán del Rey Don Juan el II de Castilla, que asistía a las comidas del Rey, y aun a las audiencias que daba: de él se hizo mención en el Centón epistolar del bachiller Fernán Gómez de Cíbdad Real (9). El Rey Católico D. Fernando, a pesar de su carácter adusto y austero, tuvo un bufón llamado Alegre. Don Francesilla, truhán del Emperador Carlos V, escribió la historia burlesca de su amo, que anda manuscrita: fue natural de Béjar; sus gracias le costaron la vida, porque alguno a quien ofendió con ellas le mató a cuchilladas (10). Después fueron célebres Velasquillo, bufón del Rey D. Felipe IV, y Estebanillo González, truhán del Conde Octávio Picolomini de Aragón, que escribió las Memorias de su vida.

En tiempo de Cervantes eran los bufones muebles ordinarios en las casas de los grandes y poderosos; lo que censuraba ásperamente Cristóval Suárez de Figueroa en su Pasagero, diciendo: que en los tiempos de ahora quiera un vergante triunfar y vivir espléndidamente a titulo de cubrirse, sentarse y llamar de vos o borracho a un Rei, Duque o Marqués, es cosa que apura el sufrimiento, y hace reventar de cólera al más paciente. Figueroa añade que estos excesos eran todavía mayores en España que en Italia (11).

El papel del gracioso, que desde Lope de Vega se frecuentó y llegó a hacerse general en las comedias, venía a ser una representación de esta costumbre: el gracioso era el bufón del protagonista. Este papel, que ahora nos ofende porque desdice de nuestras costumbres, no debía producir en tiempo de nuestros mayores el mismo efecto que en el nuestro, en que las vicisitudes del uso, los progresos de la civilización y otras diversiones más cultas han hecho desaparecer esta clase de sabandijas. De los juglares de la edad media no han quedado más restos que los jugadores de manos, y los ciegos que tocan en los bailes o que cantan romances y coplas por las esquinas.

(1) Suetonio en Tibério, cap. 61, y en Cláudio, Cap. 8.
(2) Ferrario, t. 1, pág. 4, en la nota.
(3) Itinerário, pág. 165.
(4) Paleografía española de Buriel, pág. 101.
(5) Ib. pág. 112.
(6) Ib. pág. 81 y 82.
(7) Coplas 313 y 1383.
(8) Fábulas, copla 868 y sig.
(9) Ep. 9, 29 y 44.
(10) Don Luis Zapata, Miscelánea, fól. 342 v.
(11) Alivio 7.


Don Diego Clemencín, nota sobre el Juglar, en la edición comentada por él de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra, parte II, tomo V, página 129. Publicada en 1836 en Madrid por D. E. Aguado, impresor de cámara de Su Majestad y de su Real casa.

[La redacción de este artículo ha sido levemente modernizada, pero sin alterar las citas más antiguas. J.A.]

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