Los orígenes del crítico teatral



Fabían Ibarra

Todos sabemos que los orígenes de las artes escénicas datan de los griegos. Las primeras obras, sus autores, el anfiteatro (primer espacio asignado a la representación escénica), los coturnos, las máscaras, el coro, incluso algunos actores que destacaron en su momento; todos ellos inmortalizados en el tiempo.

Si bien se han hecho publicaciones acerca de críticos famosos, del crítico como tal nadie ha hablado nunca o por lo menos nunca se ha publicado algo medianamente trascendente sobre él. Y antes de que este comentario desate una risita suspicaz e irónica me apresuro a salir en su defensa; no se ha hablado nunca porque la tarea de hablar sobre el teatro pertenece a él.

Creo justo sospechar (y casi diría afirmar) que ésta se originó mucho antes y que en realidad, data desde el hombre de las cavernas.

Para que sea posible el acontecer escénico (AE) los dos elementos esenciales son: “un actor” y “un espectador” y que el resto son accesorios (teatro, director, escenografía, vestuario, maquillaje, utilería, iluminación, música, crítico, etc.) y que es erróneo insignificar el término “accesorio” puesto que una vez que se ha decidido utilizar uno sólo de estos elementos éste debe ser fundamental para el AE.

Las técnicas utilizadas en esa época (aunque no fueran concientes de ello) eran las vivenciales y si bien ya se estaban haciendo pequeñas representaciones, la primera realmente importante se llevó a cabo un día que regresó el grupo de cazadores con el alimento… un gran dientes de sable.

Ésta “compañía teatral” cuya fundamental misión era (paradójicamente) matar el hambre estaba compuesta por doce integrantes. Todos ellos con tareas muy específicas. Unos eran muy fuertes y enfrentaban a la presa con valentía y determinación, otros más veloces servían de carnada para atraer a la presa y ponerla al alcance de los lanceros más certeros. Todos trabajando en función del equipo; maquinaria perfecta, necesaria para la peligrosa tarea.

Una vez que terminó aquél día la gloriosa cacería emprendieron su “largo camino a casa”, eufóricos, triunfantes, orgullosos con su “Oscar”… aquel enorme dientes de sable.

En el camino habló el sabio con el grupo; le recomendó a uno de los lanceros que practicara más sus lanzamientos de larga distancia puesto que habían estado muy flojos y eso le había quitado ritmo a la cacería; también le dijo a uno de los corredores que su desempeño no había pasado desapercibido y que se había deslizado en el espacio como una gacela de armónicos y bellos movimientos. Dejó para el final a quien le diera la “estocada” de gracia al dientes de sable dejándolo sin vida, otorgándole el crédito de primera figura.

El hombre sabio es el mejor título que encontré para etiquetar al crítico. No sabemos bien cuáles fueron las razones que lo pusieron ese día en ese lugar. Podemos sospechar que fue tiempo atrás un gran cazador y que su experiencia resultaba fundamental para la cacería. O que fue herido en alguna batalla o cacería anterior y ahora, imposibilitado para cazar, asistía a la cacería debido a su pasión por la materia y le era muy difícil quedarse a cuidar la caverna o realizar tareas menores como la recolección de frutos, leña y agua. O acaso se trató de un gran estratega pero eso se asemeja mucho más al origen del primer director.

Lo importante de esta incertidumbre es que se trataba de un ser sabio, cuyo aporte era fundamental para el perfeccionamiento de “la cacería” y por lo tanto, una opinión tomada muy en serio por el resto de los involucrados. En otras palabras, se decidió que el crítico fuera parte del AE por la importancia que tenía éste para su enriquecimiento.

Aún no se había hecho la representación escénica; es decir, aquello que había sucedido era la mera realidad y aquel hombre sabio había estado involucrado desde el principio con todo el proceso, por lo tanto su opinión tenía un peso especial. Era el perfecto testigo para determinar que, a la hora de la representación, aquella tuviera una verdad escénica.

El crítico en sus orígenes estuvo vinculado al AE de forma estrecha y comprometida; con el único propósito de colaborar al perfeccionamiento del mismo y sin ninguna aspiración personal de ser el personaje central, biografía u otras yerbas. En su análisis primó la causa y un interés desmedido por aportar algo a la obra… perdón… a la cacería.

Al llegar a la caverna comenzó la función. Era de noche y alguien dijo que había que encender un fuego más especial que el de costumbre; no sólo había que calentarse alrededor de ese fuego… había que verse a los ojos. Tal vez cabría mencionar (de paso) que ésta fue la primer aparición del accesorio “luz” en el acontecer escénico… la función ha comenzado y los actores se preparan.

El vestuario se limita a los mismos taparrabos que utilizan en la vida real sólo que ahora manchados con la sangre de un venado que le aportó a la escena realismo y ciertos efectos para cautivar a los espectadores que rápidamente se metieron en situación (todos sabían lo difícil y peligrosa que era la tarea de la cacería pero el maquillaje… perdón…la sangre acentuó aún más la veracidad de la escenificación).

El primero en entrar a escena fue el corredor, aquel veloz corredor que transitó por el espacio como una gacela de bellos movimientos. El sabio sonrió y eso fue suficiente para que todos se entregaran a la obra con la certeza de una noche inolvidable.

Las paredes de la caverna facilitaban esconder a los actores que se iban sumando al espacio; éstos traían lanzas, eran los cazadores fuertes, los que se enfrentaban a la bestia… Si algún día alguien quiere hablar sobre el primer elemento de utilería usado por un actor… este debe ser la lanza.

Aquel corredor que atravesó la escena logró atrapar a todos y el escenario, ahora vacío, parecía moverse gracias a las llamas de la fogata que le daban una atmósfera de suspenso escalofriante.

Los cazadores entraron a escena despacio, saliendo casi como de la nada. Majestuosamente aquel hombre que le había quitado la vida al dientes de sable se acercó a su público y señaló con su lanza un punto entre los espectadores y en ese mismo instante y sin que lo hubieran advertido antes, como por arte de magia salió de entre el público otro actor portando la piel de aquel dientes de sable sobre su espalda. El resto del dientes de sable a esas alturas estaba dando vueltas sobre un palo junto al fuego agregándole a la escena un delicioso olor a carne asada.

La reacción fue inmediata, todos se asustaron, gritaron de terror y en cuanto el actor disfrazado de dientes de sable se deslizó como un felino hacia el escenario el griterío tomó características de júbilo, alegría y más expectativas. Los cazadores alentados por la reacción de los espectadores representaron aquella histórica cacería. Después todos juntos se dieron un festín.

Durante la cena empezaron los comentarios, el primer actor (a quienes los científicos llaman hoy “macho alfa”) estaba rodeado de hembras y esto fue tal vez lo que disgustó a un fulanito insignificante del que aún no hemos hablado…

Así es, en aquella cacería hubo uno que se quedó escondido tras una piedra, su cobardía lo inmovilizó, su falta de talento no le permitió estar dentro de la escena y su falta de inteligencia no le permitió tampoco analizarla con sabiduría.

Arrancó diciendo: “eso no fue tan así… eso de que lo enfrentaste con valor y lo miraste a los ojos antes de clavarle la lanza”. Todos hicieron silencio para escucharlo por un instante y prosiguió: “En realidad el bicho se tropezó y ahí aprovechaste para clavarle la lanza, pero el cuento de que lo miraste a los ojos y los dos se lanzaron a la carga es mentira”.

Todos miraron al sabio. Este meneaba su cabeza en un gesto tierno de desaprobación; ese gesto que sólo las personas seguras de sí mismas tienen. La inmensa mayoría prefirió seguir escuchando al primer actor y al sabio pero este pequeño hombrecito por primera vez había logrado llamar la atención del grupo por un instante y hasta consiguió una hembra (no era un buen ejemplar pero para él ya era demasiado) y la atención de algunos otros fulanitos como los que no recibieron el crédito de “primer cazador”, o los que no cazaban porque no servían para eso.

Por suerte hoy nos es más fácil distinguir al sabio del hombrecito con afán de protagonismo.

Hoy, al leer una crítica, si aparece demasiadas veces la palabra “yo” a la hora de hablar sobre un trabajo, sabemos que se trata de un descendiente de aquel hombrecito. A los sabios los seguimos reconociendo y no precisamente por sus dotes en la oratoria y sus palabras rebuscadas, no… los seguimos reconociendo porque sus comentarios ayudan al crecimiento del acontecer escénico. Porque aunque despedacen un espectáculo lo hacen con amor, lo hacen con respeto. Porque hoy en día, igual que en aquellos tiempos, los que nos dedicamos a esto es porque amamos esto… amamos el teatro, amamos la vida.

Tal vez fue a partir de los griegos que empezó a decirse: “El teatro está en crisis”. Tal vez el mismísimo Aristófanes lo dijo. Pero la crisis que sufre el teatro hoy en día lo pone en real peligro. Hoy cualquier persona que se sube a un escenario y dice un parlamento “es actor”. Hoy cualquier persona que tiene acceso a un medio de prensa y habla sobre una obra se dice “crítico”.

Tal vez sea una buena medida tomar con más responsabilidad nuestro lugar en este asunto… los que hacemos, los que hablamos y los que vemos teatro.

Esta pintoresca semana de “cambio de roles” me ha parecido divertidísima. Yo no hablo de teatro, no podría hacerlo nunca, no estoy capacitado para hacerlo. Yo soy un cazador… hago teatro.


Ibarra, Fabián. “Los orígenes del crítico teatral”, El Faro, San Salvador, julio de 2004. [Fabián Ibarra es un actor y productor de teatro, de origen uruguayo y residente en México. Escribió y publicó este sátira en el El Salvador durante la gira de su Lazarillo de Tormes en el 2004.]

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